Queda una semana escasa para
que me vaya de Siena,
mi ciudad de acogida durante estos seis meses. Todavía recuerdo el día que eché
la solicitud con la lista de destinos. Siempre tuve claro que quería venir a
Italia (ya que no piden requisito de idioma), pero no sabía exactamente el sitio
por el cual decantarme. En este punto, Internet se convierte en un gran aliado
para investigar sobre los lugares y universidades que se encuentran en la lista
de destinos. Mi preferencia era el sur de Italia, sobre todo por el tema del
clima; aunque de Siena tenía muy buenas referencias, de modo que me decidí por esta
última.
La verdad es que no había
oído hablar mucho de ella, excepto por el tema del famoso Il Palio, que abordaremos otro día.
Se trata de una ciudad pequeña, situada en el centro de la Toscana, a una hora y media de la capital de la región, Firenze (Florencia). Aparentemente
tranquila, Siena no es lo que parece a primera vista. Entre sus aproximadamente
56.000 habitantes, 10.000 son estudiantes; todos en su mayoría del sur del
país. Y es que la Universitá degli
studi di Siena, cuenta con una aclamada fama, siendo la segunda más
antigua y situándose entre una de las más importantes de Italia.
Cada año unos 450 estudiantes eligen esta ciudad para realizar su Erasmus, de éstos más de 250 son españoles. En ocasiones es más frecuente escuchar castellano por la calle, que el propio italiano. Se trata de una cifra bastante elevada para una ciudad de estas características. Y como podéis imaginar, con tanto Erasmus por aquí suelto (aunque la ciudad sea tranquila), el ambiente nocturno en los únicos dos o tres bares que permanecen abiertos de madrugada es increíble. ¡Los Erasmus somos el alma de la fiesta!
Por su parte los sieneses, al contrario del resto de
italianos, tienen fama de cerrados; algo que he de corroborar (sólo he conocido
dos personas nacidas en Siena desde que estoy aquí). Esto se debe a que no les
suele gustar mucho que los estudiantes Erasmus vengan a revolucionar su
tranquila vida, sobre todo de noche cuando algún grito o cántico rompe el sepulcral
silencio que se respira en las calles. Aún así, pienso que ya es hora de que se
vayan acostumbrando. ¡No les queda otra, o se unen a la fiesta o no pegan ojo!
Antes de llegar aquí había escuchado decir que ésta era una de las ciudades más bellas de la Toscana. He de confesar que mi primera impresión no fue esa. Llegué de noche, reventada del viaje y cansada de cargar con las maletas. Además, las calles de Siena no son especialmente adecuadas para caminar con el equipaje a cuestas (ni con tacones chicas); todas ellas son de piedra y las cuestas abundan dentro de la muralla. Las casas, de altura media, en su mayoría son muy antiguas (sólo he visto un ascensor en un edificio y no llegaba al último piso), con fachadas de color teja y ventanas pequeñas. Recuerda a una ciudad típica medieval, y de hecho esto es lo que constituye uno de sus valores y el principal atractivo turístico, junto con la festividad de Il Palio. Pero en mi primer día, las “incomodidades” de Siena y el verme sola en un lugar desconocido, me cegaron y no me dejaron descubrir la verdadera esencia de la ciudad.
Hoy, a falta de seis días para
abandonarla, sé que la echaré de menos. Echaré de menos sus agotadoras cuestas,
sus callejuelas, sus bares, el color rojizo que adquiere toda la ciudad cuando
cae el sol, las tardes tumbados en el suelo de la Piazza del Campo, su olor,
sus noches de fiesta y locura en ocasiones desmesurada, esos estupendos capuccinos de sobremesa,
la majestuosidad del Duomo... En definitiva su encanto
especial, el que sólo Siena ofrece.
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